Aquél odre está ahí, figurado, escondido en la sed; pero dejó de ser
balcón para convertirse en pesadilla, obra para muertos,
sospecha de sórdidas homilías, riesgo para construir certezas.
Ahora que lo recuerdo, cada pájaro realiza vuelos inefables,...
ODRE EN EL PEDESTAL DE LA SED
¿…de repente los ojos
y rodar por el sueño como un tonel
y el mundo ya mezclado con mis fermentaciones?
HEBERTO PADILLA
Largos odres recorridos por la sed, he tenido que devorar, estiércol,
caminantes, luz dudosa construida por los pensamientos,
pergaminos destejidos en la ciénaga de la materia.
He caminado dentro de esta vasija de la sed, he caminado, cómo
no escapar ahora del estruendo del agua en la ceniza,
de los nombres que nunca terminan en la lluvia del aliento:
supuran espesas cabelleras de sombras, danzan en la sangre
del martirio, aunque no sirva de nada el ala sobre la letra escrita,
el cuentagotas del recuerdo, derramar los sueños
con las culpabilidades del pasado.
Aquél odre está ahí, figurado, escondido en la sed; pero dejó de ser
balcón para convertirse en pesadilla, obra para muertos,
sospecha de sórdidas homilías, riesgo para construir certezas.
Ahora que lo recuerdo, cada pájaro realiza vuelos inefables,
porque así es la destrucción, sombra construida con epitafios,
nombres que no avisan cuando mueren en el frío,
trapecios de la sed contra el tiempo.
Tan sólo el cuero de la carne como armadura, tan sólo la campana
borrosa de la sed, el pedestal hundido en el ojo,
la garganta expuesta a los suplicios de cada día, ebria indagación
de los vientos deshabitados de la boca, alambiques moribundos
del alfabeto negado en las sombras, de la sábana que olvidaron
los poros, paredes con sombras, incomprensibles losas tocando
las manos, transformando en sollozo la saliva,
el odre que se volvió piedra en el sueño.
Abrazado a este anhelo, veo la castración del sudor sobre muros,
la boca más allá de los enjambres de la herrumbre,
y los petates tiznados por la urgencia, por el cirio que muerde
la oscuridad, la brama asfixiante del calendario.
Más allá del rostro que se hunde en la desesperación del agua, están
las parábolas del viento que tornan lo abyecto, en ese ideal de mar
purificado, en ese otro aliento de borrar pesadillas.
En los ojos, sin embargo, suben escaleras ilegibles, aguas
colgando del péndulo de la sed,
bocas mortales sobre la tierra, sonido ronco de llaves, juegos
de aleatoria desnudez. Nombres que besan en secreto las entrañas.
Supe desde el primer espasmo de la boca, que la sed sería
mi mayor locura, ante el jardín líquido de las aguas, ante la danza
derruida de la noche con sus ajetreos;
ante tantos nombres que desnuda el sueño, el equilibrio se vuelve
sólo una forma afilada que ofrece el tiempo.
A pocos pasos, la rigidez de los pedestales, la respiración
fúnebre de la última hoguera, el olor extraño de las frutas…
Barataria, noviembre de 2011
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