Así es el delirio como el perro que aúlla con los ojos girando
en el vacío, mientras la noche consume pájaros y peces, noches
de carne putrefacta, hojas que cuelgan del trance, dentro del dolor
que juega a la decrepitud, al sobrevuelo vago de la conciencia.
Imagen tomada de Miswallpapers.net
RESONANCIAS DEL DELIRIO
…las alegrías viejas son mis nuevos dolores.
ROMEO MURGA
En la puerta, el ruido del umbral desemboca en alucinaciones:
el ojo repica el ojo negro de las paredes, anterior a mí, la duda
como un pájaro sin alas propicias para inaugurar el aire del aliento,
el aire de las palabras, la levadura
de los poros, el cuarto sin tutela de mi hambruna.
Quiero reinstalar mi propia inocencia, junto al retablo de los días
fenecidos, el pan mortal que rompió mi autonomía, pastor
de oscuridades, salvo la sal que nunca faltó en mi mesa,
la piedra trabajosa de la claridad, el mundo resbaloso de la lengua
sobre el fuego disparado a las pupilas.
En medio de tantas resonancias, el pulso ciego de la comida,
las varices del tormento sobre el barro o el cuero curtido del verano,
los libros cayéndose de mi lomo maltrecho, mañanas que sólo
mi delirio ha armado como un surco ebrio de relinchos.
(Debo confesar mis propias alucinaciones: la espátula o el escalpelo
abriendo los ojales del calendario, caravanas de manos a la suerte
de mi propia boca dentro del vejamen;
—vos que sólo existís en el subrayado de la alegoría, sin más indicio
de vida que la propia muerte, acaso presente el reloj
que va diluyendo el semen del otoño y lo torna silencio fúnebre:
vos entre la palpitación de mis palabras, caído el cuerpo en la losa,
el cuerpo despojado de boca, sin piel, la llave, el extravío
esta terca manera de pensar en lo que pudo ser, el hampa
entre nosotros como un linterna ignominiosa, oscuras llagas de la losa
en nuestras sienes. Racimos de moscardones,
el rumor sube, la extraña forma de la ceniza se dispersa, nosotros
en la extravagancia de ciertas conversaciones sin sentido.)
Difusa se vuelve la bufanda del humo entre nosotros: apretado
el nudo de los charrales,
el repique irremediable del embudo,
los labios de la piel que aún perviven en la tristeza, ese mapa fiero
donde no se alcanza el sueño, ni el sosiego es posible, sólo el deseo
enajenado del espejo, el cuerpo sin un traje que lo cubra;
sé que pudo ser diferente la luz, la ráfaga en el último bulto
de la noche, el aliento que de súbito bebió el viento en la habitación
del disimulo, rehén por fin inseparable de mi sal, difusa caligrafía
de la penumbra, condenada a ser siempre pálido espejo.
Así es el delirio como el perro que aúlla con los ojos girando
en el vacío, mientras la noche consume pájaros y peces, noches
de carne putrefacta, hojas que cuelgan del trance, dentro del dolor
que juega a la decrepitud, al sobrevuelo vago de la conciencia.
A medida te alejas, mueren las gaviotas sobre la sal: azota la fe
perdida, muerden entonces las paredes sombrías…
Barataria, noviembre de 2011
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