jueves, 3 de noviembre de 2011

AL PIE DE UN MONÓLOGO


En el tronco de la vida, los rasgos de la muerte: la voz tras la puerta
de la encrucijada, el duelo que deriva de la voz intempestiva,
cruces repicando en el frío del latido,
cuando llegan al olfato las herraduras de la polilla o la herrumbre,...
Imagen tomada de Miswallpapers.net




AL PIE DE UN MONÓLOGO




And I hate what you told me 'bout what I think
that it's a black paper written on with black ink
now let me tell you one thing about what you said
I'd rather die than to have you here in my bed…
NIRVANA [BLACK PAPER BLACK INK]




A la hojarasca sobre la piedra, la sequedad, la sed: el litoral del rostro
en medio de la arena, inacabados los dibujos en la memoria,
cierta la madrugada en los charcos del cristal: al pie de los barcos,
las aguas que parten, barcos que fueron entre nosotros.
El barrio que fue entre nosotros, una palabra benigna: hoy sombra
purulenta del estertor de ojos calcinados por el hampa,
pena y llanto y amordazamiento de la sangre y dolientes uñas
en la navaja de las aceras,
días de no concluir en caminos diáfanos,
brebaje amargo esparcido en los dientes, el yo aniquilado
por el siamés de la sombra, espectros que anticipan la sal en el pañuelo.

Vuelvo al miedo cada vez que el verdor se torna osamenta; vuelvo, digo,
a los puntos suspensivos con que el granizo inunda la cara,
a la vereda donde el relámpago
no se confunda con el buitre, ni la víbora castigue con su látigo.
Los muros cada vez son necesarios para vivir una vida más tranquila,
así se puede preservar, de algún modo, la risa,
el silencio tan necesario cuando se transpira el abismo,
la continua iniciación a los sueños,
o el nido donde se deshoja todos los días el quebranto, el semen
desgranado del reloj embrocado en la espuma.

En el tronco de la vida, los rasgos de la muerte: la voz tras la puerta
de la encrucijada, el duelo que deriva de la voz intempestiva,
cruces repicando en el frío del latido,
cuando llegan al olfato las herraduras de la polilla o la herrumbre,
cuando creemos que podemos tener sosiego,
y sobran las almas en pena en lo cotidiano, las aristas del sollozo
en la foja del cuaderno.
Al pie de mis propios zapatos, los cascos abusando de mi cansancio,
viejas lenguas mutiladas por la cerradura hosca de la puerta,
animal suspendido en la escarcha umbilical de la trinchera que cavó
de cabo a rabo en la piedra de moler del aliento.
Este camino de mí mismo, a menudo, rescatado en el pabilo,
anticipa el umbral de otras puertas, quizá, también, de otros filos,
el diluvio inevitable del aguacero en plena marcha,
la humedad que me lanza a recomponer las sábanas…

Barataria, noviembre de 2011

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