Fotografía de ERIKA MORILLO
UMBRAL
Allí, en el umbral de la puerta, la madera arrugada del
sigilo, el dintel
y su interminable ojo de fuerza. Y su imagen de claustro
desafiante.
Casi el fuego semienterrado del destino y la dimensión del
pulso,
los destinos diluidos en las quejas,
o la sombra desdibujada del aliento, o los miedos agolpados en
la sangre.
De una noche a otra soñamos con los olvidos.
En la profundidad de la palpitación, hay tardíos páramos y
oscuros techos,
caminos que esperan ceñidos al entrecejo, ausencias que
quieren revivir.
Para cruzar el desvarío del polvo, hay que recoger, primero,
los vestigios
del granito y mirar hacia lo invisible del tiempo.
Hay pedazos de extravíos en las pupilas y enmohecidas
diafanidades.
Llaves y ojos protagonizan las empuñaduras, gruñen de idéntico
moho.
Cuelgan guijarros de las palabras, detrás, máscaras lunares.
El aliento amargo de colillas salta con su dentadura de furia.
En el calor de mis brazos, las cacofonías de una risa
fosforescente;
mientras pienso en muletas simuladas, las apariencias tiradas
de un puntapié.
Uno devuelve la mirada en cuanto puede hasta llegar al fondo
de lo imponderable, de las paredes disecadas de las semanas.
De cada paisaje resbalan piedras y caballos de enloquecidos
cascos.
—(De aquel umbral y sus vestimentas, sólo el
tren de la memoria endurecida
de moscas, sólo el
escupitajo disuelto en las aceras.
Alrededor de mi olfato,
los kilómetros de ronquidos del recuerdo.)
Barataria, 2017
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