Imagen cogida de la red
GEOGRAFÍA DE LA SOMBRA
En la geografía de la sombra, la música aterida del
poniente con su peineta
perfumada de aldabas o su bruma de ídolos haciendo la
siesta.
Quizá sea suficiente escuchar el murmullo del viento
cuando cruza
las ventanas con su follaje de dolientes osamentas.
Hay sombras como un puchito de ruda en el aliento.
Sombras de colillas
en la deshora del tabaco y en la vigilia quemante de
las alas.
Siempre se dispersan las campánulas en los sombreros de
lo agreste.
Sobre la abeja herida del pálpito, el metal del minuto
deshojado,
las paredes de granito y los anteojos grises de las
peluquerías.
Vuelvo cada vez que puedo a socavar mis ojos en el
mantel del hambre;
y luego, en su gastada geografía, lamo las cornisas sin
ningún protocolo.
A veces solo quiero desnudar mis alas, y enceguecer en
mi sepulcro;
otras veces, mirar con indiscreción las fotografías del
sedimento,
la hoja oscura del sollozo que se escapa de mis viejas
manías.
Entre los tantos muelles a los que llego, está el de la
impudicia:
a veces es atrio mi tatuaje, la dentadura olvidada de
los meses.
Al desamparo de mis delirios, le añado ciertas pócimas,
cierta camisa;
y a menudo, las piedras que desfallecen en las cáscaras
de mi letargo.
Vacilo frente al aleteo de los prostíbulos.
Tengo por felicidad la patria de la sombra, los trenes
sin frontera de sal,
y esa metamorfosis líquida de los espejos, digerida e
intransferible.
Barataria,
31.III.2017
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