Imagen cogida de la red
DESNUDEZ DE LA NOCHE
En cualquier parte abundan los sobresaltos frente al
terror cotidiano.
Sólo hay condiciones para el aburrimiento y el dolor.
Las arrugas de la noche son tercas como la pureza de los
remordimientos.
Nadie podrá devolverme todos los rostros que vi en la
infancia,
ni las estampillas empinadas de las ferreterías, ni la
niebla comiéndose
el césped, ni la nube de barrilete colgando del hilo del
infinito.
Hoy el mundo se vacía en mi pañuelo, semejante al
invierno.
Sobre el mal gimen mis ojos: al mirar se gastan mis
párpados en lo derruido.
El dolor —con su piel ronca— se ha hecho innumerable y
ávido.
No hay pájaro sin herida sobre los caminos de la memoria.
Aquel musgo despoblado es la imagen de fondo de mis
recuerdos.
Ahora sé de todas las aguas retorcidas en la garganta y
sus manotazos.
El miedo nos regresa a muros de hollín para convertirnos
en monaguillos,
para llenar de bruma todas las palabras del tórax.
Uno nunca puede estar a merced de la almohada, se queman
los tejados
y naufraga el viento con todas sus quemaduras indomables.
En esta gran noche penden de un hilo los trenes y duelen
las paredes.
No veo una rama de olivo, pero sí abundantes cruces como
un sol
desangrado a picotazos: es tal la hartura que se quedan
cortos los retumbos
de los resumideros hambrientos de telarañas. Corto el
espinazo del arco iris.
Hoy, debo quitar la sombra y los espejos invertidos del
planeta.
Barataria, 2017
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