Imagen cogida de la red
TRAVESÍAS SUMERGIDAS
Mientras le quitamos los ronquidos a la memoria, el ojo
lee los agujeros
de las sombras, la estación que nos arrulla los brazos.
Siempre son idénticos los zambullidos del respiro, al
agobio de los mareos
que producen los objetos cuando piensa en lejanías o el
incienso.
Sobre la ventana de los desembarcos, adentro, la tirantez
de lo asqueado,
los rastros agrios de la perversidad, las muecas
extendidas de las pócimas.
Allí, en las manchas de lápices de las aceras, los
variados trajes
de los espectros, quizá algún alarido de silencios,
quizá el alfabeto de los clavos atenazando las palabras
del cielo.
A través de travesías sumergidas, la respiración de la
distancias me da
el horror de mi itinerario extraviado, o el retrato
fenecido de las ventanas.
Aúllan los minutos sacudidos por el hambre y las
feligresías despobladas.
Hay quien desea tener de reliquia un vagón de telarañas.
(Yo me conformo,
apenas, con la mueca de tu ombligo, con existir
entre lenguas de
ceniza, atragantado de demonios.)
Todo avanza en las profundidades del jengibre, la lengua
de los naipes boca
abajo, los desiertos de rapiña, las ojeras puntudas de
los simulacros.
Ante lo inmenso de cualquier porvenir, avanzan legiones
de alquimistas.
Además de las sombras enroscadas de los recuerdos, el
cielo raso
de los féretros, la ubre de los muertos, la hojas
torcidas de la mudez.
Ya al punto de saltar la travesía, me ahogan los
pespuntes de lo incierto.
Barataria, 2017
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