Imagen cogida de la red
DESQUICIO
Llueve en el desquicio de los sueños más profundos:
pequeños pájaros
de tinta muerden las aceras, allí donde también echan
raíces las colillas.
El sudor carcome las costillas, los golpes ardidos que
producen
las falsedades, la amnesia indeterminada del hambre,
los truenos impotentes de la lejanía: siempre hay
espectros imposibles
que acuchillan en la oscuridad;
siempre hay ventanas deshaciéndose en los dolores de
cabeza, o apagando
sus patologías, o mordiendo con desesperación la propia
esquizofrenia.
Da miedo el pozo donde acaban todas las historias.
El tiempo que nos condena a la polilla aniquila toda
posibilidad de centellas.
A la hora de pensar en el país, surgen calles y
pensamientos inmundos.
Se vale reír después de todo.
Se vale repetir de memoria fechas solemnes, la
purificación de algunos moteles,
las opiniones sobre el escalofrío, la domesticación del
caos sin regateos.
De pronto me da por pensar en los aullidos del
crepúsculo.
(Cualquier herida
en el aliento es inaudita.)
Desde el sueño uno aprende las palabras que forman las
funerarias.
Nada es ajeno a la existencia de lo inevitable, a la
pequeñez del infinito.
Tampoco son extraños los paraísos posibles de los
analgésicos.
Anoche, de pronto, me encontré con el fundamentalismo de
la carcoma.
Algo queda en mí, después de todo: el hollín que se
acumula en los epitafios.
Barataria, 2017
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