Imagen cogida de la red
MUNDO DE BARRO
Somos mundo de barro nada más. Allí se condensan todos
los fuegos
del aliento y esas lunas, a veces, inexpresivas de las
palabras.
De pronto una caricia me resulta incomprensible entre
tantos rudimentos;
sé de la desesperación que remontan mis debilitados
vientos,
y de lo irascible que resulta la sospecha.
Sé de los pájaros afiebrados de la noche y su remoto
cierzo de oasis.
Sé de las jeringas que se aferran a las venas y del
matapalo que engendra
féretros y de los candiles que siembran el tizne
y del ciego desorden de caminar entre múltiples
tempestades.
Uno puede pensar en el único universo posible: el
silencio, el camino sordo
de la demasía, las aceras ahogándose en las
insinuaciones.
Ya he perdido la ráfaga y la corporeidad de los metales:
el infinito es quimera
para mi materia, tan mutable como los cambios de
estación.
En otras manos, mis manos perennes de barro sin que pueda
prescindir
de la fábula, sin que deje de ser tanteo.
También los lenguajes consagrados se desmoronan.
Uno lo sabe cuando deja de palparse, entre negras y
densas muertes.
Cada vez el rostro es de nadie. Y queda descampado en la
tierra.
Ahora sé que sólo soy carne del tiempo, terrible aridez
de lo impronunciable.
Soy menos que hambre, después de todo.
Aquí únicamente hay escombros para los días venideros…
Barataria, 2017
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