Imagen cogida de la red
RECONSTRUCCIÓN DEL AIRE
Desde el cuello de los caracoles reconstruimos el aire de la
humareda,
los somníferos para olvidarnos de las úlceras de las semanas.
Siempre uno debe fingir para escabullirse del cúmulo de los
semáforos,
quitarle las astillas a la noche, arrastrar puertos empuñando
las manos,
husmear el sigilo, aletear junto a alguna puerta.
Todos los pensamientos se deshacen en los huecos del grito.
Resuena el absoluto con sus grilletes de lívidos espectros: tanta
miseria
abulta las encías y hace de la luz, modorra presentida.
En el vaivén de la lágrima, triste la cobija de las palabras,
las manos todavía
sin pronunciarse, los brazos quedados en el respiro de la
ventana.
Agotada la faena y gastado el rostro, el silencio y el cuerpo
pétreo.
Cerrado el ímpetu habrá que morder la hoja enceguecida del
ombligo,
respirar allí, la dentadura del deseo,
la religiosidad de los imanes, el húmedo espejo de los
imaginarios.
Arrojados al resumidero de la noche, habrá que rehacer el espinazo
del aire,
quizá hasta la piedad en medio de tanta telaraña,
quizá hasta las mandíbulas para suprimir el titubeo de la
hojarasca.
—Del otro lado de lo invisible, es posible
deshacer el puñado de moscas
y proseguir aun goteando de dudas. Y ver la extremidad de los
espectros.
Al límite con la desnudez de la tierra, viene el cuerpo y su
desapego.
Aquí, leve la hoja y el caballito de madera oscurecido de
tacto por el tiempo.
Barataria, 2017
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