sábado, 27 de mayo de 2017

GOLPETEO DE LIBÉLULAS

Imagen cogida de la red





GOLPETEO DE LIBÉLULAS




Penden de un hilo los abrazos de la niebla y la gota de sed que tambalea
sobre la noche: nazco de cada argamasa que forman los incendios;
otorgo a los relojes su condición de combatientes.

Huelo la artillería de pájaros que muerden el pelo desgreñado de las sienes.
Siempre adivino los arrojos carnívoros del apetito y envejezco en ello.

Ante el panal y el enjambre frente a mis ojos, me sumerjo en algún vagón
o, en una ventana impoluta, o en la cavidad de una hoja de ciprés.
Mientras los herrajes muerden el sonido, el golpeteo de las libélulas,
los poros de cuerpo gastados en el suburbio de la historia.

En aquellas pupilas de cinc de la desazón, los plurales paraguas de lo ineludible,
el devaneo peligroso de pensar y escribir,
la abundancia de hartazgos de los simulacros, el ejercicio del silencio,
para ahuyentar las disidencias: la obediencia nunca produce dolores de cabeza,
sino amantes plácidos que disfrutan en lo posible los diversos sueños.

—Vos y yo, —en realidad—, podemos vivir en algún resquicio de prefijos,
o en ese juego de aprendiz al que uno entra con temeridad.

Una rama de relinchos hurga en los oídos.
Ahí se hunde desgastado en campanario: calla, de seguro, el alambique.

Cada imagen del cuerpo espía en las aceras hasta perderse en sudor.

Clama la solemnidad de cuanta verdad hemos aprendido del ruido de llaves.
Al final, resulta confuso y difuso el palabreo de tantas estampillas sordas.
Barataria, 2017

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