Imagen cogida de la red
SILENCIO
ese
silencio -el mismo- que finalmente queda
cuando
con una escoba primera aparto los senderos.
Vicente
Aleixandre
Aquí, sólo el callado mar de los
ecos. La noche del día cercana a mis párpados.
Aquí, las esquinas furibundas de
las hojas y el ijar derramado de la sombra.
Siempre es así cuando la garganta
transcurre en el pájaro y la tierra muerde
mis zapatos. La tierra, digo, el
azogue en los párpados.
Calla el colibrí dolido de
tiempo.
Las poleas del viento golpean la
brasa de la piedra. Parece sombra enceguecida
la lluvia que no cesa en la boca
del infinito. Digo silencio para quemar
mis costados, —en la boca, el
silencio como armadura resguardada, como arado
en las acequias del galope. (Lejos el destello ronco y amargo.)
Ahora, la noche y el día duran en
mi olfato. (Pasa el oficio del río sin
detenerse nunca, sin detenerse la puerta o la ventana, lenguaje infinito del
ojo.)
Tiene forma de barba olvidada: no
se oye el mar cuando atraviesa el litoral
de espinas, ni el cielo azotado
por tantas furias, ni lo inmenso de la altura.
Este silencio solo, indeleble.
Mi viaje perdido en la noche del
tiempo, entre herradura desnuda y páramo.
En el fermento, florece la ropa y
la voz, sube a la aurora.
Es este silencio la rama
simétrica del bosque: sobre el infinito la memoria total
de la intemperie. Este silencio
solo que se abre a la meditación…
Barataria, 14.III.2015
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