Imagen cogida de la red
ESQUIZOFRENIA DEL ALHELÍ
En el bosque de la piedra y el
gruñido, las ganzúas dispersas de la desnudez.
Es una desfachatez —me digo—,
dispersar el azúcar de los trenes
en el columpio del alba. Siempre
estoy interpretando la esquizofrenia del alhelí,
esa locura de sombras que rasgan
el aliento.
Solemnes se precipitan las
puertas del día, la escoria alada y los dientes
decapitados de la oscuridad. Por
cierto, el escombro se ha tornado laboriosa semilla;
en la tapicería de la
noche, son impecables los comensales de peces.
Y ciertos los tejados con gatos en
brama y aves migratorias.
Bajo el altar de sal de los
mendigos, siempre el aliento metálico de las jeringas,
el esplendor inhabitable de la
mugre, el tiempo desvanecido en los párpados.
A menudo es necesario desertar de
las calles, (de todas las calles),
escuchar a los parlamentarios con
sus persuasivos desatinos, almorzar junto
a la epifanía de los neumáticos
consumidos por el voltaje del aliento.
¿A quién reinventamos en la
almohada de la hoguera con las manos vacías?
¿Quién, después de todo, se
levanta con decoro de entre el escombro que queda
impune en el traspatio del
aserrín?
Para los días venideros, la mirada
inexpresiva de las baldosas y horcones.
(Detrás de los sueños, hay una verdad insoslayable: el mundo con
sus alambradas
urbanas y el picnic para los lavados de conciencia.)
En la convicción del humo o la
espuma están todas las revelaciones…
Barataria, 18.III.2015
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