Imagen cogida de la red
HONDONADA DE LA RESPIRACIÓN
Cómo baja el aliento a la
liturgia del crepúsculo, que el cuerpo se desvela
en su respiro. Cómo baja la luz
para el deletreo de la noche: el ojo se pierde
en esos confines, la nada y sus manchas
de inquietud, el murmullo cegado
por paraísos desconocidos,
oscuridades como máscaras y guantes.
Siempre hay presentimientos en el
delta de la sangre.
Siempre tortura la sal en los
deseos más recónditos; el alma al borde
de la fantasía o el precipicio, o
el devaneo de la nitroglicerina.
Todo aquel huracán y su tempestad
de tijeras, pudre las aspas de la claridad,
ensordece de ceguera las
palabras, prende alfileres en las manos.
(Después de gastar el encaje de las telarañas, vienen los
cansancios de aguas
oscuras, y los laberintos que uno nunca sabe dónde desembocan.
Sí, uno nunca sabe si se
puede escapar de los desvelos, del árbol sonámbulo
del pulso, del alero donde humea el pozo de la desnudez.)
Duelen todos los rastrojos que
quedan en el pecho. Duele en los ojos el sopor
de las semanas, reincidir en el
brebaje de la cuajatinta o el culantro,
morder la incógnita del epazote o
la ruda o los cinconegritos,
sobar el quebrado sexo de los
crucifijos.
Duelen las dentelladas de
banderas de la otredad, las sombras y los miedos.
Duele la respiración ante la
piedra diaria que desangra inocencias.
Duelen las fotografías infames de
la indiferencia y sus pálidos catecismos.
Todo tiempo es embudo en los
párpados, crónica de acertijos de cada jornada,
péndulo de sillas colgando de
un reloj de rosas muertas…
También en lo salobre de la
historia se gastan sin sentido los minutos.
Barataria, 21.III.2015
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