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MURMULLO DEL BARRO
En
las manos deshacemos el hollín que aún queda del murmullo de barro
en
la entraña. La memoria excava los días
soleados de la puerta.
El
mundo, todo, a menudo se inclina por la losa (vos y yo, amamos esta materia
que nos forma con sus vigilias y
esperma; en el cuerpo habitan todos
los fuegos y todos los
cadáveres, el asco, los huesos, el vacío.
En la cópula del sueño,
todas las paranoias de la ebriedad posible: la lengua
es otro erial que golpea la
asfixia.)
Venimos
de esas edades extrañas de la supervivencia: el tiempo ha alardeado
con
su humareda, pero también los centímetros de horizonte en los pies.
Frágiles,
nos desnuda la gota de cierzo y la tempestad condenada a polvo.
¿Caben
en el ojo tantos adioses, crujidos y vestiduras errantes?
Siempre
desnudos ante el reflector de la tierra.
Quizá
las puertas un día sólo sean vestigio de la polilla, bocas sofocantes.
Afuera,
alguien masturba los infiernos o viceversa.
Ciego,
como la habitación ciega del barro, pasa de largo lo abyecto.
Ciego
en el absoluto de lo inmundo, los días de ruptura y desarraigo: la tierra
es
confusa en los brazos: camino sólo para no hacer el ridículo.
Alguien
después de todo, sobrevivirá a todas estas tempestades de la utopía.
Barataria,
06.III.2015
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