Imagen cogida de la red
HUECOS AMARILLOS
Entonces en el talón de los
cadáveres, las axilas redondas de los candelabros,
la hiena del aliento como secuela
de un abismo desollado.
Por todas partes cuelga el hueco
de los ojos su ceremonia de arcoíris amarillo.
Mientras los eucaliptos sangran el
verano, la tinta del brasero hace lo suyo:
Muerdo fantasmas a pesar de todo.
Muerdo los pájaros agazapados en
el disparo, la última sonaja del minuto.
Muerdo el pecho de los convoyes
de las lápidas, las huestes del espantapájaros.
Muerdo los huecos del humo, los
ovarios en el Pegaso del semen.
Muerdo el tumulto de las
postrimerías, entre muñones inauditos.
Muerdo el crucifijo que todavía
queda en mi bolsillo, los jadeos en la pócima
del clítoris, esas tantas ráfagas
de la espesura, el trompo del mito en la rotación
de los equinoccios, el insomnio
sofocado de la respiración.
(Ya dentro del vacío de los muertos, el paracaídas del enjambre,
el granizo
encallado de la brasa, el catálogo de la lengua en el sueño de la
piel.
De tanto cuerpo, los crisantemos del tacto y su fermento de
pinceles.)
Todo el escapulario del silbido,
sabe a la grieta del deseo: vos, como un pez
de largas golondrinas, como la
primera travesía quemada de las libélulas.
En la batalla amarro el cántaro
del Edén a mis ojos, sobran las palabras.
Barataria, 16.III.2015
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