Imagen cogida de la red
APRENDIZ DE LA NOCHE
Me
sumerjo en lo inimaginable de la noche, en su laberinto inverosímil.
En
el reloj, el velamen de los transeúntes, las distintas lejanías que tiene
el
enigma, la mirada sobre el ojal de la nostalgia.
En
el cordaje de las mochetas, el léxico plural de la hipotenusa y su iris disecado
de huesos. Y su herida de pecho ciego.
Bajo
el escombro roto de los párpados, el plomo de la muerte en su pedestal.
De
pie, las ramas del invierno y su infancia de imágenes en la bruma.
Soy
aprendiz de pájaros nocturnos, sangra el puñado de gritos, muerde
la
vigilia todos los caminos devorados.
Todas
las aguas me perturban; no duerme el
aliento de la noche ni su feroz
palidez
de mueca, ni su espejo sin fecha, ni su perfume cerrado.
En
el fondo siempre es así: zurce la soledad el eco del alfabeto colgado
del
almanaque, el poste negro de los mingitorios y el hambre,
el
fermento vencido de la claridad.
Siempre
soy aprendiz de estos materiales.
Entre
las estanterías del vértigo, las baratijas colgando de las azoteas.
Odio
las calles envejecidas. Y la noche del atraco y los barcos y trenes de lejos.
En
el regazo húmedo de mi memoria, el perenne azogue de los sueños:
el
pleno vuelo y el costal de las defunciones. La señal diaria del pecado y su
consorte,
el cuchillo de la noche y su dentadura de alfabeto…
Barataria,
21.II.2015
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