Imagen cogida de la red
PERIFERIA
Vivo
a la orilla del césped disecado de la sombra, vencido de durmientes
y
rieles, de cuerpos que agitan sus dudas para no caer en amaño ni en limosna.
Nos
harta la vida desde fotografías bonitas.
Incomoda
la filantropía de las túnicas y los corazones postizos, al borde
de
cierta patología; la verdadera pobreza no se vive en los extramuros
de
la historia, sino en la caries de la arqueología.
Vuelvo
al nido colgado del alero de los espejos; tanto pesa aquí la patria,
que
nos devora igual que la miseria.
(Son distantes hasta las
raíces o las ramas. Tocamos la fosa del cielo, descolorida
en su cuerpo,
fatigada de tanto perecer.)
A
veces soñamos despiertos con la aurora; pero la soledad toca la boca y clama.
Hay
precipicios amargos que corroen el paisaje, preceptos, anónimas muertes,
mutilados
bolsillos y cansadas semanas. Y chunches sin un destino fiable.
Frente
al filo del sepia, la transparencia es vaso oscuro.
A
menudo no hay horario para impregnarse de herrumbre: el páramo
es
ventarrón de heridas, semblante de muchos monumentos con masticados
desechos.
Nadie existe en la cuna sobre la alcantarilla.
Nadie
en el petate corrompido de insectos.
Después
de todo aquí estamos: seguimos ascendiendo dentro de la jaula.
Barataria,
08.III.2015
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