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TORMENTA
Lo primero es lo miserable que
resultan las impurezas. La parva de
veranos
acumulados en la trastienda de
los hangares de la palabra.
Nunca sé ni me imagino cuántos
centímetros tienen los surcos del día a día,
las recompensas a la usura, las
máquinas tragamonedas de la cacofonía,
la devoción por los esparadrapos,
aquella redondez insoslayable de
las canicas, el hueco del ombligo.
Con frecuencia siempre veo a
ciegas el arcoíris, las mentiras elaboradas
con bisturí, y las mínimas
verdades hechas carcoma.
A quién debo creerlo en medio del
naufragio, —abunda la bisutería
lingüística, y cierta euforia por
la obediencia. (Por desgracia siempre
me condenan a usar máscara), a ir tras la corriente eufórica de las trompetas.
Por ahora, hijo de la miseria,
debo caminar con exactitud para no mojar
mis zapatos ni empañar la mirada
ante los consorcios.
Barataria, 21.III.2014
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