Foto de Vasily Peshkun, María Bentancor
RESPLANDOR
en la
anatomía de la hoguera el imposible paraíso de las alacenas: ¿Quién nos
acorrala al punto de ocultarnos? acá las
sombras de las molidas sortijas los abanicos perdidos de la inocencia y aquél
delantal diligente del calostro: aun con la misericordia en las manos todo se
reduce a polvo —siempre me preguntas por el oficio del fuego siempre orgásmica la
metamorfosis de la luz primera el folletín indolente de la ráfaga los barcos
que se alejan y me dejan sacudida la respiración: voy y vengo o vengo y voy
antropomorfo en medio de las bocanadas de incendio los objetos ilusorios se han
vuelto insaciables ambiguos invasivos como una larga letanía de erotismo (es luz después de todo en el alarido de las
campanas salvaje espectáculo en los párpados es sombra después de todo mordiendo los párpados es miedo y grito
atravesando el espejo el zigzagueo del garfio en la orfandad de la sal lluvia
que resuena en la noche lívido albergue de las tumbas) —un día quizá entienda todos los resplandores las herramientas del
recuerdo la destrucción de cada página al cabo de los días en que vives ausente
de la ausencia lo demás siempre cae por
su propio peso en la asfixia: el pulmón abierto de la racionalidad el insomnio que desangra las pupilas odio
reconocer las encrucijadas al menos en lo que concierne al poema (olfateo la carroña después de todo) adoro
las entrañas envilecidas de los párpados compartir la mirada de un mundo
decadente oír tu voz tocar los contornos del ímpetu —yo me quedo aquí ciego de adioses
—cierto supongo— de recoger los candiles del
acaso y entreabrir el cuerpo del mutismo ahora sé que la dulzura es un
sarcófago conozco la matrona de la
última lluvia tengo las pezuñas de un territorio sin banderas después de todo
para qué quiero banderas si las hay a cientos en los vertederos al tercer día volvió a arder el suelo: cayó el bagazo de la niebla sobre el labio leporino de la piedra el
güiscoyol en medio de las gotas de sol la sartén ardiendo de peces indigestos en realidad nunca entendí aquel caballo con
alas ni las preguntas que arreciaron en el costado del sexo nunca entendí el
olfato de los perros sobre los andenes
las preguntas repetitivas ¿quién? ¿quiénes? en el algoritmo de los pensamientos todo se
hace chingaste remoto el cántaro de chaparro y la gallina de los huevos de oro
próximo el peltre de la suciedad de las calles el antebrazo con candado de las
luciérnagas el amargo pestañear de los semáforos (pestañean
los sin embargos del destello y no hay sitio seguro para la desnudes de los
andamios ni palabras absolutas para esta terca manía de platicar con las
piedras) es sólo cuestión de tiempo para escribir una enciclopedia de
fuegos artificiales en mi pequeño mundo —todos creo que tenemos un pequeño
mundo—: el diluvio que sin duda explica el renuevo los extraños golpes de las
paredes la obediencia a la vigilia las ausencias que caminan en secreto como
extraños centinelas en la reconstrucción del espejo el mundo en las tripas de
las monedas cruzo la calle sin exagerar mis zapatos gruñen las pesadillas del
crimen noche o alba oxidadas las tinajas…
Barataria, 02.IX.2013
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