Lo último que recuerdo de nuestras relecturas del karma es la adustez
del alfabeto en medio de lo incomprensible que resultan la alacena
sucia y la escalera que nos inclina hacia el precipicio.
Imagen tomada de la página virtual/lorddavy.wordpress.com
RELECTURA DEL ZODÍACO
En la memoria va cayendo la ebriedad de la nostalgia, y así, debo releer los ojos de las sombras, el zodíaco con todas sus manos aladas, los habitantes anónimos que fluyen en el nido de las hormigas. A cada quien el mal aliento y la gingivitis del caballo de bastos, el oro de los evangelios apócrifos, la espesura de los ijares en la lengua: nos persignamos en el número solar de los signos, repensamos los expedientes de la edad del vaho, gravitamos en los durmientes de la gota de esperma que prevalece en el ombligo como una doctrina para sacralizar los sueños. De pronto, las armas secretas de las fotografías colgando de las viejas persianas de los domingos; —vos y yo, inmóviles, dejándose llevar por cada murmullo que sale de la boca a falta de palabras, porque las palabras no cuentan cuando atravesamos el raro tic, tac del reloj. Lo último que recuerdo de nuestras relecturas del karma es la adustez del alfabeto en medio de lo incomprensible que resultan la alacena sucia y la escalera que nos inclina hacia el precipicio. Lo otro, —salvo la bandeja de la noche— no existe porque se desgastó en los zapatos.
Barataria, 10.IV.2012
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