Ya sosegado el río de la sangre nos toca bajar los andamios de la saliva,
cantar en versos profanos la osamenta del búho en las pupilas.
¿Qué otro fuego nos asiste, si no éste que nos invita a la ceniza, al miedo, al escalofrío?
¿Qué otra noche, desnudos, debemos andar, desliar hasta encontrar la llave de la vida enterrada en el subsuelo?
FUNERALES HEREDADOS
En cada escalera encontramos las campanadas silenciadas por los féretros: aire y tierra, luminosamente apagadas desde aquellos pergaminos luctuosos de la progenie. Racimos de ahogos como los deseos petrificados en la inmovilidad de los labios, en el hilo de moscardones que danzan hasta construir un mecate de enfebrecido silencio. Ante la ráfaga del filo, los caminos empedrados de las semillas, el pájaro desfallecido de las calles, la danza macabra de la historia con sus mausoleos inmóviles de tanto gravitar al pie de la noche, junto a inviernos de encorvada oscuridad. Ya sosegado el río de la sangre nos toca bajar los andamios de la saliva, cantar en versos profanos la osamenta del búho en las pupilas. ¿Qué otro fuego nos asiste, si no éste que nos invita a la ceniza, al miedo, al escalofrío? ¿Qué otra noche, desnudos, debemos andar, desliar hasta encontrar la llave de la vida enterrada en el subsuelo? (Un séquito de cadáveres avanza rumiando en el vacío de la fiebre.) Esto es así mucho antes de que se inventaran los Manuales de convivencia cívica, mucho antes de mirarnos en cada pañuelo, en la sinfonía de los albañales, en los candelabros de los cementerios. El amor, en realidad, no importa. No importan las buenas o malas palabras. No importa el desierto en los bolsillos, ni el aullido del perro desde las bodegas de la noche. Caminamos sobre los ladrillos del odio y los elevamos a himnos y erigimos estatuas para enarbolar la Paz. (Vos y yo, en medio de estos adustos hilvanes, masticando a secas el abecedario.)
Barataria, 23.IV.2012
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