sábado, 21 de abril de 2012

NOSTALGIA


Nada es diferente a los huesos roídos del hacha húmeda que se adentra en la carne al clamor de un seno desafiante, a un ombligo ennegrecido por tanta espera, a los brazos caídos de los cadáveres al pie del instante duro del grito.




NOSTALGIA




La nostalgia se ha vuelto escalera endurecida en la sangre, piedra a veces, de espigas fenecidas sobre la superficie tatuada de las sienes. De pronto, los suburbios de la ciudad se han vuelto oscuros tragaluces, ferocidad de ojeras, grises aullando como perros moribundos en el mismo fermento conspirativo del tiempo. Nada es diferente a los huesos roídos del hacha húmeda que se adentra en la carne al clamor de un seno desafiante, a un ombligo ennegrecido por tanta espera, a los brazos caídos de los cadáveres al pie del instante duro del grito. El clamor se vuelve áspero en las axilas, gritan carbonizados los recuerdos, el árbol de la sed junto a los niños hambrientos del planeta. La noche me recuerda los neumáticos de la melancolía, la náusea que me produjeron las begonias enmohecidas del instinto de supervivencia, aquel tedio de torpes pájaros, o la fiebre naciente del sexo en los días postreros a las lámparas. Después, uno siente toda la historia en la piel: las aguas desfallecientes de la ausencia, el tacto derruido por las cicatrices, el ojo aterido, desmayado, en la ceniza abierta de los ecos. Somos y no somos, después; somos de alguna manera esa disecación de la lluvia en medio del viento, dentro de la hoja atada al desconsuelo. En la cara se pueden adivinar las astillas del cierzo, los residuos del alba, el fuego que fue en el césped del alba, quizá hasta el grito de los propios extravíos.

Barataria, 21.IV.2012

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