Lento el espejo, lentísimo, parece solemne en las semillas de la ceniza.
Lentas las telarañas,
lentísimas colgadas del cansancio: noche y más noche, el aroma
de los cuerpos bajo sus bestiales paraguas.
Imagen tomada de la página virtual/estanques.net
LENTITUD SOLEMNE
Me vuelvo al suspenso de mi propia destrucción, memoria gris de lo que fue la claridad, el ala hundida en las osamentas exhaladas durante el peine del luto del aliento. De beber, he bebido eclipses de ceniza, senos que nunca aquietaron las aguas ensimismadas de la boca y que, por el contrario, descendieron hasta los bordes del granito. Otra vez, los peces redondos del escombro en la hojarasca del sombrero, en el bastón profundo de las aguas, platos rotos en el reino de la neblina; bajo la sábana lisa, parsimoniosa del viento, el vaho del taburete olvidado en el traspatio: el simbolismo del humo colma mis zapatos; lo hace, también, la pared del crepúsculo que nunca se tornó candela. Allí, la ciudad vital enmohecida, los trenes en la misma almohada aprisionada por el suspenso de la piedra, aquélla que vuelve pesadumbre el tránsito de las carretas, que martiriza la ya fenecida esperanza. Debo decir, que a ratos, la sal resbala sobre las mejillas como ese río arrojado al olvido, a la bóveda de los funerales, a la cerradura que desde entonces sólo ha acumulado gritos y persianas de aves fugitivas. Lento el espejo, lentísimo, parece solemne en las semillas de la ceniza. Lentas las telarañas, lentísimas colgadas del cansancio: noche y más noche, el aroma de los cuerpos bajo sus bestiales paraguas.
Barataria, 09.IV.2012
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