domingo, 8 de abril de 2012

CALLE CIRCULAR


En los ojos se ahogan las dos vocales juntas y terminan por destruir el puñado
de pájaros despeinados de las pupilas; el ojal del cielo está lleno de basalto:
 una ausencia y otra. Tantas ausencias juntas, hacen diminuto el elefante del sol;
gira la mordida en el cuerpo, la redondez de las espigas en el vaso
que no escapara a la respiración del derramamiento.




CALLE CIRCULAR




Salgo, entro, camino. Siempre estoy en el mismo sitio, en ese círculo filoso de los zapatos. Después de todo, la meditación tiene la redondez del pánico. La sed en la garganta toca la luna herida de la ramazón convertida en noche por los cuatro costados del presente imperfecto; me enternece la palidez del aliento cuando éste en trance de hechicería, desliza la embriaguez de las monedas, los cielos rutilantes de las sienes, la gota de trementina rota por la velocidad de la ola o el ala. En los ojos se ahogan las dos vocales juntas y terminan por destruir el puñado de pájaros despeinados de las pupilas; el ojal del cielo está lleno de basalto: una ausencia y otra. Tantas ausencias juntas, hacen diminuto el elefante del sol; gira la mordida en el cuerpo, la redondez de las espigas en el vaso que no escapara a la respiración del derramamiento. A veces quiero entender todos los círculos apolillados de la geometría, la carne debajo del metal o la piedra, el súbito botón que cierra la corteza de cuanto tocan mis manos. En la calle, los tragantes, las axilas del corazón mordido por las entrañas de la ironía: el tropo del agujero jugando a la sinestesia y la animización de la hipérbole; en lo sombrío, la carcajada áspera del sonido de otoño, la trompeta líquida del aullido en el caudal mar.

Barataria, 08.IV.2012

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