(Los ojos se me van cuando el arco iris hace muecas en los ojos, cuando quiero
recordar el primer tejado del aliento, la infancia del juego de las canicas, aquella
mesa desnuda y yo de rodillas alimentando el alfabeto.)
ORFANDAD DE LA MEMORIA
Sobre el muro de alelíes, los gestos de la hojarasca en la memoria, esos pájaros sepia mordiendo la garganta, la tarde en la orfandad de la memoria del gris enredado en el musgo de las libélulas. Se borró todo el aire de las manos, cuando el fuego mordió todas las extremidades del paisaje; —sólo quedó el cuello de los aserraderos en los taludes, el invernadero del zacate en el estornudo, ningún recuerdo de los abanicos del mar y, sin embargo alrededor de las estatuas ciegas, hay migajas de pan, enredadas en el polvo, manchas de ojales donde el tiempo perdió su fisonomía. (Los ojos se me van cuando el arco iris hace muecas en los ojos, cuando quiero recordar el primer tejado del aliento, la infancia del juego de las canicas, aquella mesa desnuda y yo de rodillas alimentando el alfabeto.) Después de todo, el fantasma de la memoria me persigue: llevo días caminando por calles de sombras; juro que mi único haber son las manos, cóncavas resguardando sueños, el molde movedizo de los objetos, las ventanas confiadas del cierzo. Aún así, la orfandad es siniestra: uno vive en la perpetua soledad del abismo, animal ciego en la vigilia del guijarro. Alrededor de mis huesos, la gruta desangrada de la respiración, las fauces de la hamaca de la saliva con su péndulo de pájaros nocturnos. Hacia la elocuencia de la ceniza, sumamos —vos y yo—, el primer traje de granito a la intemperie, la noche sin sueño, la desaparición del nido del pálpito. Esta orfandad nos ha hecho sudar enlutados silencios, antiguas y modernas sombras del martirio, al punto de secar el pensamiento.
Barataria, 24.IV.2012
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