Después de tantas cosas, —nombradas e innombradas que he visto y vivido—,
te pregunto, con tus huellas distantes de mí, si no fue necesario, desde un principio,
elevar el candelabro a escapulario, a fin de cuentas nos encantan los fetiches.
Imagen tomada de Miswallpapers.net
AHORA NECESITO DESCENDER
Desciendo para conocer la maquinaria del subsuelo, las gaviotas hundidas en la sal perenne de los corales, los barcos de la conquista que perdieron su lenguaje en la herrumbre, el litoral adentro de los puertos imaginarios cada vez que el acantilado se erige en templo. Paso horas observando la arquitectura de los caracoles, la maquinaria líquida que deshace la canción del himno nupcial de los peces. (Cualquiera puede ver miserable esta obstinación, pero uno se cansa de la didáctica del paisaje cotidiano, de la pedagogía miserable del miedo, de la liturgia que nieva los evangelios apócrifos: uno, la verdad, se cansa.) Cansa el clientelismo, la transgresión al alba, los albañales habitando todos los días el olfato. La ansiedad es mayor cuando en el presente, tras la oferta y la demanda, priman las transgresiones de todo tipo: desde el alpinista de la silla presidencial, hasta el que limpia los espejos de los inodoros públicos, pasando desde luego, por los perseguidores de fortuna, los próximos ejecutantes de la siguiente crucifixión. Después de tantas cosas, —nombradas e innombradas que he visto y vivido—, te pregunto, con tus huellas distantes de mí, si no fue necesario, desde un principio, elevar el candelabro a escapulario, a fin de cuentas nos encantan los fetiches.
Barataria, 14.IV.2012
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