Sin duda las palabras nos han convertido en dos deudores arrimados
al recuerdo de lo que pudo ser el universo sin demonios: siempre
la fiebre letal de comenzar de nuevo lo ya transitado, desmueblar la página
y mancharla con aguas amargas,...
Imagen tomada de Miswallpapers.net
DISTANCIAS DISÍMILES
Dentro de la brevedad del minuto, está la piedra amplificada del murmullo, hasta convertirse en otro cielo en la bocacalle de las palabras sobre la sábana que se ha vuelto testigo del trajín del vendaval de las esquinas de la noche. Sólo veo puntualidad de navajas en esa ventana de vértigos que hace perder el equilibrio, cuando se necesitan páginas blancas que prolonguen la línea del lapicero de las linternas. Jamás he podido entender las simetrías, quizá porque carecen de existencia real, quizá porque entre ojo y distancia, existen formas y simbolismos que el aforismo cifra en soledad; a menudo es más elocuente la caligrafía del grafiti, que esta locura enfermiza de muros y el propio diente destemplado ante la voz resuelta del bisturí en la ceniza. Sin duda las palabras nos han convertido en dos deudores arrimados al recuerdo de lo que pudo ser el universo sin demonios: siempre la fiebre letal de comenzar de nuevo lo ya transitado, desmueblar la página y mancharla con aguas amargas, vaciar el tile en el firmamento de los calcetines, desdeñar la labranza del diálogo para convertirlo en fragmentos de un rastro, donde cuelgan las vísceras junto al reloj oxidado de los supositorios. Después de todo, cuando la memoria acepta sus propios designios, finaliza la fonética de la demencia: uno se da cuenta que la vida, hoy mañana, siempre, es sólo ese cementerio transitorio de la noche y que las distancias son las apostillas que eructan las cicatrices, las necesarias para reescribir el poema.
Barataria, 13.IV.2012
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