La virtud es una especie de histeria asumida para quienes se masturban de rodillas
frente al hollín de la noche y no para los que, con el puño cerrado,
destapan el fuego de la farsa, hasta romper el granito lacio de las aguas absurdas
de la espina que enfebrece las axilas.
Fotografía de André Cruchaga
LARGO DE PIEDRAS Y SALIVA
Por la lluvia, el largo bostezo de piedras; la saliva larga de los crímenes, los cuervos sin dejar de ser pájaros, aunque transiten el mal agüero; el jadeo del estertor en el agua del desorden fúnebre de las manos vacías al punto de no sentir la rotura de la ceniza en los goznes moribundos de la mariposas negra en la garganta enconada de noches y suplicios. Largo el ventanal descompuesto de los difuntos en el invierno de mis pies: largo el enredo de la niebla en el cielorraso de la respiración a destiempo de los brazos rotos ante el primer sudor de las enredaderas de la carne; intensas las piedras con su furia de galope sobre los haberes del pecho de nosotros que jugamos al absurdo y, a fin de cuentas, al odio: la sonrisa se volvió tetelque, y amargo el pájaro del ombligo ante los azacuanes ondulantes del candado agonizante de los barcos. La verdad, fuimos adiestrados para vivir esta perenne melancolía de dolientes paredes y podridas acequias; fuimos, pero aun somos los asesinos desocupados del día, la alegría poco cristiana de los atrios, en fin, el nido sordo, sólo transpirado en la noche devastada por la basura. La virtud es una especie de histeria asumida para quienes se masturban de rodillas frente al hollín de la noche y no para los que, con el puño cerrado, destapan el fuego de la farsa, hasta romper el granito lacio de las aguas absurdas de la espina que enfebrece las axilas. Cuando el silencio es el reloj de pulso del alba, me adentro en el ojo del mar.
Barataria, 20.IV.2012
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