Cuando llego a la arcilla del papel, me viene el litoral de los sombreros
en plena arena movediza, los ecos de los grises junto al rostro de la tinta
que se enreda horizontal en el cortapapel, ahora bebido a presión por los espejos.
Imagen tomada de Miswallpapers.net
CORTAPAPEL
El cortapapel del sobre abriendo jeroglíficos, cartas que envié y regresaron, promesas incumplidas: me toca revivir emociones que había creído que ya no existían; advierto otras realidades a la hora de usar la rasuradora y ponerla en el espejo, colgar la barba sobre las piedras del infinito. Otra vez pienso en las grandes tormentas sin pararrayos, en el grito de la tempestad que llega a los jocotes, a los mangos en dulce de la fogata; entre las manos, el ala de los pájaros, la tela de las cartas rotas, el perro que espera sobre la piedra del día, mientras los objetos abren las líneas de las puertas de las palabras. Cuando llego a la arcilla del papel, me viene el litoral de los sombreros en plena arena movediza, los ecos de los grises junto al rostro de la tinta que se enreda horizontal en el cortapapel, ahora bebido a presión por los espejos. Viene a mi mente el mutis, o el soliloquio del carruaje del drama en pleno bosque, tendido en el abanico de las olas del mar: el propio oleaje desbordado en las lámparas, el celofán mojado por los relojes, aquel libro de líneas gruesas que leía en la oscuridad, al punto de hacerme vidente en el carbón de la noche. Al punto de retorcer la nicotina con la yema de los dedos y seducir el campo de concentración de la bañera. En el torrente, sin embargo, nada queda a la deriva: el relámpago de los girasoles atraviesa la chimenea de la tinta, hasta volverme al punto de cazador de recuerdos.
Barataria, 03.IV.2012
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