En el principio fue ésta la habitación de los estados imperfectos del alma,
las arterias metafísicas de las telarañas del pensamiento, la armazón gótica,
casi sádica de la imagen oscura del aprendiz fluvial del animal prehistórico del tacto.
Imagen tomada de Miswallpapers.net
CAVE
Ya no sé qué distancia hay entre un año bisiesto y la modorra que muerde como un perro rabioso en la esquina sepultada del éxtasis, debajo de la piedra donde guardo la mortaja para el día postrero convertido en el tiro de gracia del nacimiento de la otredad. En el principio fue ésta la habitación de los estados imperfectos del alma, las arterias metafísicas de las telarañas del pensamiento, la armazón gótica, casi sádica de la imagen oscura del aprendiz fluvial del animal prehistórico del tacto. Vista desde la distancia, dentro del vaso oscuro del vitral, no hay belleza posible, sino un oleaje de pájaros siniestros, ciegas estrellas donde son inútiles los afeites; no obstante, Hermes desde los tobillos en el gran rapto de la asfixia, hasta arder en las telarañas del semen o en la elasticidad de los murciélagos, a veces tan angelicales en medio de la bruma obsesa y torrencial de la mirada. Conjugo el olfato con la risa, el tanteo de kilómetros de piel hasta hacer polvo el ocote quemado de tanta vivencia construida con pedacitos de escaleras. Debo pensar en el cordón umbilical que me tiró al frenesí de los féretros, casi como una sábana incurable de piel, igual que una vértebra rota sobre el humo del cigarrillo. De hecho, perdí la cuenta de todos mis escondrijos: unos fueron tempestades; otros azules y otros más, lupanares de cansados difuntos. Por eso la perversidad del luto, como una tormenta ensangrentada en el centelleo de mis balbuceos.
Barataria, 06.IV.2012
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