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MAGULLADURAS EN EL
ALIENTO
…te hicieron dar un paso,
incierto pero necesario, en medio
de la noche, y el amor que guió ese paso te salva.
de la noche, y el amor que guió ese paso te salva.
Roberto Bolaño
La herida también está en el aliento con
sus variaciones de piedra y ahogo: —Hicimos todo lo que se pudo para tratar de
salvar, salir del centro de la sombra, la luz en los hombros con un fardo de
palabras; alguien, sin duda, nos mutiló la sonrisa, mordió las axilas, derribó
nuestros dientes acostumbrados a masticar los brebajes del horizonte. Después,
el aire se nos ha tornado incoherente, enraizado en el nudo ciego de la noche,
perdido en las ciegas bocas del aliento: ganamos la luz, pero perdimos las
frondas del silencio, el respiro sencillo por las cosas, —hoy son dos penas: la
tuya y la mía. Dos senos rasgados por la polilla, espejos o aguas sin ternura.
¿Qué hago después de todo, tendido en el césped de las reminiscencias,
perpetuando la deshora de las sábanas vacías, buscando la calle donde la herida
no sea su remanso, esa pútrida ventana hundida en el barro, descalzo frente a
la osamenta del cierzo, convencido de la orfandad de mis brazos? —La noche
descalza de tus pezones me alcanza, me hundo incapaz de gritar en tu ombligo,
de respirar libre sin trenes degollados, ni ardillas deshechas por la garganta;
me hundo, a menudo, en la ponzoña que me humedeció de cadáveres, en los hisopos
desvencijados de los relojes, en los cuadernos lamidos por el viento, insólita
germinación de la ceniza, aquí, cerca de los caballos de la lluvia, cerca de
los ríos de la muerte. Esta herida se hizo de furias, de nocturnos parajes y
atroces relámpagos, de sedientos hervores en la hamaca de los poros. Nada se
aleja por más que quiera silenciar campanas: vos, en el polen de la noche, en
las vocales confusas del nido, murmullos como la brasa que de tanto arder resuella.
Pero amo el eco del follaje de tu nombre, el árbol esparcido de tus ojos, el
sollozo que queda en la lengua de los peces, sal cierta como la transpiración
de los caracoles en la espuma de los ríos. Nada escapa al fuego o a la ceniza.
De pronto cantamos a los huesos para seguir muriendo, para seguir en la cruz de
los candiles, o en ese tabanco absurdo donde se guarda el poema. Lo demás, bien
lo sabes: el abandono corroe la esperanza, sin pócimas, hasta hundir la
almohada en lejanía, noches lentas como ceniza en la garganta, como la mesa no
servida. Por eso, la herida está también en aliento: dejamos de arder, ardiendo
con nuestras bocas cerradas, sin apagar el ardor del frio, espectros de una
ráfaga inefable. En los altibajos de la lengua, las altitudes prolongadas del
bosque, el blanco piano de tus muslos que me habitan. Siempre es mi costumbre
apretar tu mundo con las pausas que demanda la sed y la cordura.
Del
libro “MOTEL”, 2012 (Inédito), 170pp
©
André Cruchaga
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