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LINDERO DEL ENCAJE
Evoco
junto a mis fatalidades el lindero del encaje de la tierra de labranza y me quedo a dilucidar
las márgenes que el ojo ignora en lo real y mágico de la homilía que yace ahí
en su esencia sustantiva acaso porque es notoria cualquier teoría del absurdo y
la contraparte de lo absorbente al ámbito histórico de la colonización allí el
centro estructural de nuestra hibridez el incendio salvaje en la desembocadura
del soplo justo en la ofrenda de la diadema implacable donde el fuelle es una
alucinación heroica del tamaño de un anochecer iluminado casi al punto
extrañamente de la desesperación del gesto igualmente parecido al espejo esa
primera vez del tanteo en la humedad del candil de las paredes sobre la mañana
que rasga la tela invadida de los helechos velados del abismo quitado el velo
de las palabras éstas alargan el hundimiento la desmesura de la tormenta desde
la arcilla que nos habita y no es para menos morder los bordes para que el
badajo haga sonar las campanas y los trenes y crepiten los ijares de la
sastrería con toda la furia del ojal y la aguja en la noche el tiempo nos
devora no sé si siempre fue así después de sentarnos a la mesa del umbral con
la puerta de los párpados abiertos a la profecía: antes nunca estuve a prueba
de diluvios ni a esas vastas aguas pintadas de tinta donde retumba el ritual de
las semillas y hasta el inocente brebaje del río que habita el estanque del
alma nada de raro hay pues en esta calle curva donde el vértigo es sólo otra
bandera de la hoguera otra literatura esencialmente exploradora al punto de
transformarse en pizarra cuando salen del cuerpo avanza el rostro en el tatuaje
mano a mano vuelven al descenso del
romance o el epitalamio a la décima escrita o al madrigal de la ventana
entonces suben las aguas de los espejos hay sobre el petate un presagio de
ceniza: quizá la muerte que nos vendrá sin ataúdes quizá el animal que soy en
medio del follaje esferas migratorias
tiemblan en el bostezo el viento traduce los sentidos el bordado que respiran
los dedos de las manos (la ebriedad crece
en toda la desnudez que nos recuerda: nos sacude el pájaro ávido del ascua y la
fruición de los poros de las luciérnagas siempre ahí deambulan de puntillas mis
ojos)
Del
libro “MOTEL”, 2012 (inédito), 170 pp
©
André Cruchaga
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