Imagen cogida de la red
EPÍLOGO PARA UNA ESCENA CUALQUIERA
En el agujero de la puerta, una
carcajada de alfileres, cierra la puerta del sinfín.
Nunca supe si en los anillos del
evangelio existe la misericordia, o al menos
el lenguaje de la duda, el gran boquete
del verano que hacen las palabras,
las excusas ante la intimidad de
los abismos.
De las premoniciones me queda la
piel gastada del asfalto.
Cada barco encalla en las ruinas
de la memoria como un estigma.
En la esquina del antro, el
diálogo y su aire ahumado de cuerpos.
Desde la alcantarilla degluto los
caballos de las sombras, —mi vuelo sublevado.
En los trenes pulverizados de la
sal, el fatídico chorro de salmuera.
Ante los ojos arrastrados de los
peces, el pantano y su siesta acuática.
Para huir de tantas bocas dentro
de mi boca,
el crimen perfecto de la
obscenidad y el sordo metal del aullido.
La única catarsis posible, es el
final espeluznante de ciertas gargantas
en el apocalipsis del páramo.
Toda edad tiene su inocencia y ambigüedades.
“Soy lo que digo”, —Heidegger
Barataria, 17.I.2015
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