Imagen cogida de la red
NOCHE DE CALLES
En el último cementerio del
olvido, andamos noches de calles como cuervos
amarrados a las colillas, a ese
sopor de los cerrojos de la piel.
Muerde la cabeza oscura de la
noche.
Ya he empezado a dudar de mis
recuerdos, del junco del cansancio,
y de las obras de los buenos
samaritanos: de una mano sustrae la otra el delirio;
al final, ninguna es inocente.
Por eso voy descalzo y me extravío
en sus manuales obscenos.
A mi lado se pudre la ropa: es
como si siempre perviviera la herida, el cieno,
el estiércol, las monedas
agazapadas en el granito.
Entre la explosión de banderas, el
mismo casamiento y picoteo, no el agua clara
del cierzo, ni la luna limpia de
calles.
Entre la zarza y los chiriviscos,
roza el aliento el guijarro de la página negra
de la historia y su manicomio de
juegos consuetudinarios.
Después de todo, nos toca
subvertir las ventanas, la fiera de la decadencia,
y la poca imaginación que tienen
las calles derruidas al momento
de arrepentirse del laberinto
habitado de electrodos.
(Ahora que lo recuerdo, [vos] en medio de tanto crimen de asesinos
en serie.
(Vos), sí, que me goteás en mis propios terrores; deshojás el
semen de la sombra,
abrís el portón de la nube negra del discurso.)
Desde la noche, la noche de los
muertos de mis poemas, casi en cuclillas…
Barataria, 03.II.2015
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