Imagen cogida de la red
TIERRA ADENTRO
A Eukene Lizeaga
Con un pájaro entre las manos, el reloj alígero en su
propio éter.
Nos llueve la fronda de los gusanos hasta sangrar de
huidas y luto.
Todo empieza en el follaje de los ojos y acaba en lo
hondo de la fosa.
(Cavamos en las
lápidas hasta sangrar de vértigo. Hemos padecido
la sospecha y la
herida oscura del día con rumor de pálida boca.)
Duelen los zapatos abiertos de las sombras y la carne:
uno oye las grietas
cuando se empiezan a abrir y revelan la palabra en los
costados.
Todo reverbera, hasta lo que no ha sido. En el infinito
amoratado.
Tierra adentro la lluvia sobrada del silencio; ceden los
sonambulismos.
Todo nos vuelve al ciego camino de la noche, a la ciega
flor de lo inasible.
En medio de la voz que calla, los retretes deslucidos de
la gramática,
o los ojos muertos y desabridos de las tumbas.
Otros caminarán por rumbos donde no hay dolor y
escribirán membretes
en las grutas y
hasta mundos en calma donde se asoman los pájaros.
(A cada quien le
asiste el derecho a lidiar con sus propios espejos endemoniados;
falsear las
catástrofes, y hasta despertar las cavernas del submundo
y andarlas en los
bolsillos, por si acaso.)
Uno acude al llamado de los imaginarios: boca y palabra
se hablan entre sí;
del otro lado de los ojos, arden los cielos oscuros, las
miradas eternas
del reproche, el goteo desleído de las culpas.
Nunca duerme el mundo pequeñito de mi pañuelo, ni los
mordiscos líquidos
de las pestañas, ni la cavidad almidonada del entresueño.
Ahora sólo duelen los brazos arrimados al trapo viejo del
horizonte.
Barataria,
08.III.2017
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