Imagen cogida de la red
CUADERNO DE NAVEGACIÓN
Cada vez la noche desabotona sus aguas oscuras: ciega la
desnudez redonda
del ombligo; suben y bajan los pensamientos entre los dientes.
(Se encorva la
viscosidad recalentada, el fermento del bajío. El terroso calor
del objeto humano, la
genealogía sumaria y oscura de la tinta.)
En ese abismo inédito al que aludo, intento darle sentido a la
brújula
y certidumbre al hartazgo como un ave de rapiña.
—Navego en el cuaderno de piel de tu quimera
despierta en mis manos.
Somos los dos al mismo tiempo los que convertirnos el cuerpo
en otro lenguaje;
en otra sombra de rocío y brasa, en otro tren de absortas
aguas.
Ardemos de terrible lluvia en el claustro hondo de los brazos
y la boca.
Emerge la avidez de terciopelo de la planicie inaudita del
rayo.
¿Podemos escribir sobre la noche nuestro propio misal? Esta
historia
de campana del poniente, esta escritura sin horario, fértil de
ardimiento.
Un hilván tras otro nos amarra. (Todo el destello del cuerpo circula
en la anatomía, en esa
magia de luz que cambia rostro y acelera el pálpito.)
Ya en la última página de los sucesos,
entramos al silencio por aquello del saqueo: queda allí,
perdido en los poros,
el secreto tatuaje del discurso, la imagen exacta del poema.
Aquí, la necesidad de inventariar la historia y el cómo,
entonces, sostener
ese regazo para que nunca llegue la sombra de la noche.
Nunca más la casa oscura, sino la germinación del vuelo y tu
olor perenne.
Barataria, 02.III.2017
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