Imagen cogida de la red
SUEÑO DEL NOCTÁMBULO
Nada duerme en la deshora de la noche: arde el espejo en lo
descampado.
Las aceras amarillas que embisten, el murmullo sin
desvanecerse.
Van y vienen las fierezas de los comensales
y su desnudez de sueños desatados: sus desgarrados nombres son
aluviones
de infancias destrozadas.
El fondo decapita las aguas fluviales de los párpados, el pecho rutilante
de los caracoles, los anillos de los brazos como danza de
cuchillos.
Gotean los puntos cardinales de las esquinas su piel de
arañada sombra.
Detrás los jirones de los trapos viejos del sudor, el rocío
petrificado
de las sombras, el almidón de los huecos de la multitud.
Las tumbas juegan a lo desabrido de las bocas, a las bocas
embrocadas
de dentaduras mutiladas, a los caminos interiores que pesan en
los cadáveres.
Crecen las piedras subterráneas de la piel; danzan los ecos
inclinados
del sexo, es una danza póstuma de paisajes siniestros,
una danza de retumbos noctámbulos y encendidas depredaciones.
Una danza de guijarros umbilicales,
Una danza de largas cenizas y anónimos inciensos.
Veo el fermento en el temblor del parpadeo emerger de los
basureros.
Pero sigo aquí en medio de la hojarasca del aliento, exhausto
de caverna,
hondo de ruidos y afiladas oscuridades.
(Después de todo, no
existe ningún lugar sin su propio suplicio, ni aguas
invernales carentes de
jadeos y humo, ni hartazgo de entrañas)…
Barataria,
19.II.2017
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