Imagen cogida de la red
DELETRO DEL CAMINO
Sumergido en ese pozo de los ojos, el deletreo abisal de los
caminos.
¿Hacia dónde el diente no arquea la lengua, ni retuerce
la perpetuidad del granito? ¿En qué hambre se mutila el hambre
de los cuchillos, la voracidad desnuda de las osamentas y la
bruma?
Comienzo a entender la desnudez que rasga las ojeras. Los
códigos de sal.
Sumo el éter en el hueco de una lágrima.
A veces sólo me interno en lo visible del crepúsculo y sus
trapos viejos.
(Alguien me dice que es
época de segar los esfínteres.)
En los ojos, la ruleta rusa a punto de cortar la garganta. Al
cabo es así.
Amarillean las noches descarnadas y la contrafigura de los
espejos;
en la aridez, sólo soy huésped de lo inútil, de las sombras
que nos dejan
las vísceras, de su orilla en la ondulación de la saliva.
Es casi segura la dilatación de las pupilas y el jadeo
postrero que exhala
el perro frente al zumo de mundo que suelta la perplejidad.
—Entonces desaparezco en medio de la neblina
de la noche: interpelo
al horror y a su boca de furia y a sus repartidores de cansadas
víctimas.
El filo vomita en mis brasas.
En la entretela de los vértigos, florece el humo espeso de la
ceniza.
(Siempre es mi alma la
que late en silencio, aunque no exista mi nombre.
Un instante al revés
para ver el alba. Aun en lo remoto lo inextinguible
de la tierra, la tierra
embriagada de mi sangre.
Qué más, abrir con
vehemencia el infinito, la claridad apenas de lo incoloro.
Deletreo el camino
mientras huyo: la desnudez siempre desvela)…
Barataria,
28.II.2017
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