Imagen cogida de la red
PUERTA ABSUELTA
Alguna vez siquiera en lo más remoto de la
tormenta, un escapulario
asomando entre los balidos crispados del tiempo.
Es necesario ver los peces en la escarcha de los
ungüentos.
Morder las peceras donde se deshace el humillo de
los burdeles y el abanico
mojado de las muecas: siempre entibio, por si
acaso, el alboroto de sal
de mis sueños, los ángulos que van dejando los
suspiros,
la pócima de cuerpos exhibidos en la parsimonia,
las inocencias sin emolumentos, pero sí, con
dentelladas galopantes.
A voluntad de la piedra los caminos sinuosos y
las distancias sudadas.
Dejo soterrado al país que sofocó mis desvelos;
acomodo mi saliva
como telaraña,
entre todos mis cansancios.
Envejezco de sellos postales esperando nuevas
noticias: sólo quiero
contagiarme de prójimos en este día cerrado de chuchos y
laberintos.
Justo es entender los miedos y su aliento de
espesas colillas.
¿Quién escapa de las raspaduras del ansia? ¿Quién
de la desabotonadura
de los gallos a deshora? ¿Quién de las ventanas
torcidas de las braguetas?
—Siempre resultan increíbles las arrugas de lo
inmóvil y el parpadeo
descalzo de los pensamientos.
En la jaula dislocada de mis sienes, el ardor de
la pecera en mis manos,
la intensidad de aquella pócima inocente en mi
boca.
Mañana pensaré si he existido. Mañana, allí, en el
hueco de la fosa.
Barataria,
06.III.2017
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