Imagen cogida de la red
OJO EN TIERRA
En el ojo de tierra del pecho, los relojes
de sed y sus extremidades. Sucede siempre que en algún lugar: cascabelean las
avispas de los pensamientos, verdes de fuego los pájaros, ebrios de salmuera
los goterones pestañosos de las aldabas. —Siempre
persigo hasta el más mínimo vacío en medio de la hojarasca, en la bocamanga
desabrochada de los trenes, en las pringuitas de saliva de los colibrís. Siempre
estoy ciego como las sombras indefinibles de las alas. Llueve en la librería
superior de los pinos; en lo recóndito, humean lentos tambores y fieras
idolatrías. ¿Quién preside la luz
después de todo? Abro la sombra y la luz de los recuerdos y deshago los techos
convulsos de aquellos recuerdos u olvidos.
En el silencio osificado de las palabras, la opulencia ciega
de los párpados. El querer asir todo los imposibles, saciar la sed del prójimo.
(Sobo el atrio de los sarcófagos; araño
la tierra desabrida de las semanas.)
Hay ecos como piedras que lloran en el
aliento y hedores de fusionado masoquismo. En medio de las vértebras, sólo se
ven las infusiones solapadas de la tortura cotidiana.
—Después, alguien se lava
las manos. Honradas manos del granito.
Barataria, 2017
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