Imagen cogida de la red
CARCOMA DEL SONAMBULISMO
Hinchado de carcoma se insinúan los sonambulismos y su
regocijo de grito.
Una carcajada desanda la piedra pómez de los caminos.
Siempre alrededor las alambradas del miedo y las sogas
enrolladas
al cuello y la luna amarilla colgando de los párpados y
los relinchos líquidos
del espejismo y los güishtes hurgando en los sentidos.
Trepan las campanas calladas de las telarañas, los
pespuntes inválidos
del pellejo: cada cicatriz arrastra ciertas demencias,
ese nosotros evasivo
del hollín en pequeños candiles de querosene.
Ante el prójimo envejecen las ropas según las paredes que
nos ciegan
de adobes y bahareque, según la argamasa del grafiti que
no cesa.
El dintel de la melancolía se nos muestra convulso, casi
como una calle
atemporalada de pantalones solos y altares inenarrables.
Con todo y la aridez de los incendios, me vuelvo al
precipicio del musgo
invisible quizá porque allí puedo andar descalzo.
—Todo tiene sentido cuando sangra el juelgo de la
infancia.
Hay evidencia del amargor de los escotes y de las arrugas
retorcidas
del parpadeo: azota el hosco gargajo de los rebaños y el
tiempo mísero
entre los dientes. El atrio torcido de los brazos.
Sangran las rendijas de la respiración y la esquina
divisada de los afueras.
Jamás la oscuridad deja de golpear como un metal
compulsivo.
Empapado de calles no siento los ojos, ni el sarcasmo del
cielo prometido.
(A ella siempre le
digo que se aleje de mis pestañazos de locura,
o que guarde mi
pálpito sin anteojos, en su ombligo)…
Barataria,
14.II.2017
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