Imagen cogida de la red
RESQUICIOS DEL
TATUAJE
Hojas negras como sombras cubren el cuerpo:
carece de llaves la breña
del aliento, los matorrales dispersos donde
se fecunda la noche.
No hay quietud en esta ignorancia de
telarañas ni silencio en la hojarasca.
Me pierdo en el polvo que muerden mis
zapatos.
Floto en el misal de los periódicos.
La oscuridad titubea como una mosca en el
aliento: es casto su cadáver inmóvil, gigante su cabeza de tizne, invisible su
sexo descarnado.
Me asomo a los manoteos de los grises y
rasguño las piedras a mi paso.
Tosen los ruidos su estertor macabro en medio
de las mazmorras
de la feligresía: procuro sacudirme los
hacinamientos insomnes,
hasta las afueras hollinosas de los atrios
que deambulan en la piel.
Nunca es fácil copular frente al verdugo, ni
arrebatarle el azúcar al vacío.
Nunca es fácil quitarle el contrapeso a la
dulzura que tienen los antros,
darle un mordisco a los jeroglíficos de
ceniza,
recoger en un guacal todas las atrocidades
envilecidas.
Todo suena a una corrida bestial de quicios y
resquicios y retretes.
Sobre toda esta tierra espesa, gotean cada
día los recuerdos:
agujeros quemados desnudan la fosa del lecho.
—Ya no me resisto a las bocinas entreabiertas
del mordisco, ni a esta forma
de fosa que tienen las bisagras del encierro,
ni al incienso sobre mis ojos.
Siempre en la boca me queda ese sabor a
madera hostil y caducada.
Barataria, 2017
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