Imagen cogida de la red
AQUELLA LUZ, AÚN DESPIERTA
Aquella luz. Mi luz presente. La luz de siempre, tórrida y
agreste.
Nada ha cambiado desde entonces, aunque todo sea diferente.
(En el peñasco de
jengibre, aquel achiote umbilical del cortejo, las sombras
amotinadas en el
aliento, todos los demonios enroscándose en la piel
hasta hacerla tronar
como la hojarasca alrededor del fuego.
En la grieta del
aullido, los estertores sordos de las mazmorras.
Cada vez entramos a los
tantos años de cada momento: siempre regresamos
y ablandamos la sal en
nuestros ojos.
Quema el metal de
nuestro propio sonambulismo.
Quema mis pupilas el
reclinatorio de tus senos, tímidos como el cierzo.
Siempre disimulo los
agujeros que me dejan los escapularios.
—Vos, como yo, hambrientos de impudicias.
Siempre me balanceo a tu
brizna prenupcial, y al delirio absoluto
que me deja la caja de
música de tu cuerpo,
las estrofas imposibles
de tus poros, la tierra adentro a voluntad tuya.
No existe otra
tipografía que me consuma tanto, ni alegría más contundente.
Me yergo para habitar el
éter. Muero de sed para beber la preñez.
Cada rinconcito del
goteo es un espejo de múltiples esquinas.
—Allí, entran mis sueños: crece el cofre
mientras llueven caracoles.
Más próximos a los
puntitos de la desnudez, el extravío del poema.)
—Expira el fuego y despierto…
Barataria, 12.III.2017
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