Imagen cogida de la red
OJO DE CERRADURA
Hay multitudes a medialuz, allí,
en el ojo fijo de la noche. La gota de esperanza
en la sangre del destino,
pulsaciones como los dogmas prostituidos del hambre,
disfraces viscosos del desvelo,
poluciones del sínodo de la conciencia.
¿Qué abrimos, después de todo?
—el barranco apoteósico, el vómito,
los conclaves ilustrados del
pesimismo, la locura provocada por los insomnios.
¿Para qué sirven las noticias de
primera plana? —en la ensalada periodística,
nadie descree de las paradojas,
ni de los enriquecimientos,
ni de la vejez prematura de los
juguetes, ni de las utopías políticas, fatídicas,
—por cierto—, a la hora de pasar
lista a las obsesiones crípticas de la sequía.
En el umbral del ojo de las
inclemencias cualquier poder humea su imaginario.
La cerradura está bien hecha: caben
todos los juegos del universo, la risa
y sus exequias, el estiércol y
sus colmillos de desatino.
En el hierro se desgasta la voz
de la memoria, esa sombra del ojo y la escarcha
de los meses y los jirones de
infinito deshabitados en la garganta.
Alguien ve en el ojo, su propio
regazo, acaso la salvación después de tanto cavar
en la herida de la sombra del
paraíso.
Pero aquí ya dejaron de existir
las escaleras. Existen, por si acaso, solo olvidos.
De ciertas cerraduras, únicamente
la muerte y la anemia de la hoguera.
Tal vez se abra de golpe la
profundidad de los rincones, el continente fiero
de la certezas, o se ejerciten
los dedos del desvelo.
A través del ojo de la cerradura,
el aliento sobre el pecho de los semejantes…
Barataria, 11.I.2016
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