Imgen cogida de la red
MATORRAL RESUCITADO
Sobre la superficie del
aliento, los trasiegos de cada una de
las quemaduras.
Respira el presente de las
ventanas, aquí en el tosco aliento de la breña.
Uno sobrevive a las luciérnagas y
a la hoja seca que atraviesa el aliento desde
el suelo hasta los espectros de
la garganta.
Sobre la escalera de piedra del
metal ebrio de las trompetas, ese instante
de esperma alrededor del ojo de
la memoria: nos amarramos a la pulsación
del horizonte mientras los días
dejan de ser simplemente sombras.
Junto al cuervo del estío, los
recortes indemnes de los periódicos, los ecos oscuros
de los impíos, el alto
grado de nicotina de los despeñaderos.
(En realidad, uno se siente extraño bajo la hipnosis de la
memoria. Se siente extraño
el idioma de las mareas, las piernas sueltas de las
consonantes,
el murmullo de polvo de las vocales, las aguas polvorientas de
cuerpos inciertos.
Se siente extraña la luz que sube como el granito hasta las
sienes.)
Pero nada es tan liviano como los
kilómetros de niebla dentro del aliento,
o la espuma que cubre los dientes
y cruza la respiración.
Al parecer hay espacio para los
matorrales y para esos apetitos profundos
del vuelo: cualquier sombra nos
amenaza, o asfixia los sombreros, o los meses donde cuelgan los autorretratos.
Por si acaso, encarno ese extraño
universo de mis vísceras: la ternura siempre
tiene sus agónicas extrañezas; de
vuelta a las palabras, la zozobra y su pálpito.
Sobre los objetos calcinados en
las manos, las conversaciones ineludibles
del cuerpo y la noche de lo efímero y el discurso de las ventanas…
Barataria, 05.I.2016
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