Imagen cogida de la red
JUEGO DE LA VIGILIA
Blues de tarde esta descolorida
grieta en la tipografía de los balcones. Luz, sola,
el tiempo y sus miedos, la edad
colgando de los apéndices de las lápidas.
La vigilia suena a una cámara de
relojes desordenados, sin más péndulo
que el postigo de saliva, o algún
barquito de papel en blanco y negro.
Caminan los antifaces tiznados
por el zigzag roto de las ventanas.
(Patinan las pelucas, el retrete de los poros del dolor y el
tiempo en este horizonte
donde hay una nueva generación de granito. Retumban
los vientres y el paisaje
de las tragedias familiares, los párpados cosidos por lentas
arrugas de sal.
Junto al acantilado del sueño, son claros los minutos de las
defunciones.
Sobre las alambradas las sombras disecadas como la hoja de lo imperdurable.)
En cada hueso del paraguas sangra
la mano: siempre resultan extrañas
las distancias, el prólogo del
día para confinar todos los maleficios.
Uno se siente desterrado aun
dentro de las ventanas.
El regazo atardecido de mañana es
incierto.
Abro los ojos para aquilatar el
infinito; encima, el picapedrero de la realidad,
los días enroscados en la
polilla, o los cuervos ciegos de candelabros.
Algo muerde el sexo purgado de la
ceniza: los enredos de la niebla, los surcos
de oscuridad debajo de los
eucaliptus llenos de aflicción.
Desde el duelo sin riendas en el
horizonte, uno aprende el álgebra de la tristeza
como se hace con las noticias de
los telediarios, o simplemente entre hedores.
A través del mapa de la vigilia,
vislumbro después de todo, mi propia mortaja.
Barataria, 08.I.2016
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