Imagen cogida de la red
ABSURDOS INEVITABLES
Allí en la gota del espejo, el
perro y su oasis inefable, quizá algún hueso de luz
en medio de la sombra: todos los
pálpitos saltan a través de la ventana,
aun las bocas impuras que
reverberan alrededor de la tormenta, el reino
de nalgas de las hostias, o el
ataúd de algún ídolo. (Siempre estamos a
merced del absoluto de los periódicos; parados, sin renunciar jamás al humo,
perennes
como la ropa de los sótanos con una fiebre de insomnios.)
Caen los rebaños y las alas rotas
del día sobre la poza abierta del tiempo.
(La historia suele ser un remanso entre dos cuerpos apretados por
el sollozo);
después, cae todo el polvo sobre
las sienes hasta tocar la solapa
de la inclemencia: veo cómo
levita el humo de los ataúdes, el filo agrio
de la embriaguez, la sombra
diaria y su bifurcación, el sucio candil del tabanco.
Tantas y tantas cortinas de lo
absurdo, los jardines corpóreos de la putrefacto.
En la calle de lo inevitable, los
gérmenes del engrudo y su pantomima,
los guacales y sus ortopedias al
borde de las aceras, el aliento viscoso
de los predios baldíos incluyendo
la ropa sucia tapando genitales siniestros.
Sobre la piedra de la neblina, la
mesa oscura del combate.
En las cuatro esquinas de la
carne hacinada, el brutal agolpamiento de ciertos
nombres: la falsa puerta del día,
el canon de lo absurdo al costado del sueños.
A veces caminamos sobre los
añicos del polvo, sobre las regiones oscuras
del césped, devolviendo las
calles a la memoria.
Mientras avanza el tráfico,
pienso en los objetos inusitados del horizonte…
Barataria, 04.I.2016
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