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IMPUREZA DE LOS LÍMITES
A
Teresa Moncayo
He olvidado ciertos nombres: al
amanecer bajo las ventanas desaparecen
los abismos, y el cáustico
silencio de los ardimientos nocturnos.
Luego de detenerme en las
astillas de las cunetas, vuelvo a mis párpados negros
y a ciertas heridas húmedas del
pensamiento.
Mi memoria es sólo una sucesión
de cuchillos abandonados, vacíos de luz
y húmedos de herrumbre: siempre
acabo de extraviarme cuando me arrimo
a los nombres despiertos del frío
y los ojos. En la calle me despierta el gran
cementerio en que se ha
convertido la ciudad,
el amor desconocido por sus
impurezas, el cuerpo oscuro de la mujer quemada
sin que se escuche su espíritu,
los trenes calcificados, el país de la huida.
Supongo que en algún lugar
todavía existe luz, el sonido de la hierba en medio
de las axilas y hasta la sospecha
que vuelve impuros todos los límites.
La vida nos cierra ventanas,
puertas y zaguanes, semanas enteras de tortura.
Nos persigue la ira como una
bandera ardida en la desdicha.
En mi silencio, las palabras, —una
a una—, han sido sustituidas por lápidas.
La tormenta no nos deja un ámbito
limpio de purezas, sino esta lepra
de podridos sarcófagos, este
abandono donde es patente el quejido.
Llevamos un luto de cántaros y de
rocío.
¿Quién excava donde fueron
enterradas las ventanas y el tiempo extenuado?
En mi soledad toda la almádana de
la mordaza, la piel machacada, adentro
de los nichos. Sueño en silencio
como una página de sombras.
Barataria, 24.XII.2015
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