Imagen cogida de la red
CALLES MUERTAS
Una
larga avenida y un grito, me responden.
Amelia
Arellano
Las calles del suburbio se
enredan en mi aliento. Hay gritos y una larga esquina
donde pernoctan los muertos, esos
seres oscuros de tristeza frente a tantos
y tantos transeúntes. Las calles no
son ajenas a los perros pues de continuo
acarician los calcañales, o la
mugre de los horarios y la tristeza acumulada
en los montepíos, en el frío que
de necesidad lame los cristales: alguien bebe
la noche en los hidrantes y la
inmensidad amarilla de las alcantarillas.
(Mañana será lo mismo), al compás de ciertas obsesiones que carecen de fatiga.
En medio de los agolpamientos de
la herrumbre,
la orfandad como un monólogo de
puñales, la bestia de las sombras, el coro
resplandeciente del tizne, o el
simple descenso: en la travesía uno tiene noción
de la existencia de prostíbulos
y sordos adoquines, éstos nunca evolucionan.
La memoria a menudo es impaciente
y se agolpa de manías y candelabros;
si alguien, aquí, cree en la candidez está equivocado: las calles son un
viejo souvenir
de fatigas, o una losa donde respiran muchas sombras.
Hay calles muertas por toda la
ciudad; y, pese a ello, existimos. Son calles fieras en donde priva la capucha,
el pasamontañas, la esquizofrenia.
Hay calles flacas como el hambre.
Detrás de toda esta substancia,
el golpe de cráneo del horizonte, o la boca
de agravio de la muerte sin importar
los lamentos: aquí uno sabe que el poder
lo tienen los diversos esqueletos
con quienes uno practica la ternura.
Entrada la noche es una sola
herida le dicen a uno los difuntos de sueños.
Barataria, 21.XII.2015
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